Teoría de la exposición selectiva
La percepción selectiva forma parte de un
conjunto de procesos que actúan como barrera entre el mensaje y el receptor en
el contexto comunicativo. Fue descrita por Joseph Klapper, integrante del
equipo de investigación de Paul Lazarsfeld, en “Los efectos de la
comunicación de masas” (1960), una obra que recogía buena parte del estudio
realizado sobre comunicación hasta el momento y que formalizó la teoría de los
efectos limitados.
Los procesos selectivos, en los que se enmarca la percepción -y que se describirán a continuación-, actúan junto a los medios de comunicación como un factor reforzador de actitudes e ideas y no como un factor de cambio. Es decir, que los medios masivos no se consideran una causa suficiente y necesaria para producir cambios en los receptores -como postulaba la teoría de la aguja hipodérmica-, sino que actúan como agente cooperador junto a otros estímulos.
Los procesos selectivos, en los que se enmarca la percepción -y que se describirán a continuación-, actúan junto a los medios de comunicación como un factor reforzador de actitudes e ideas y no como un factor de cambio. Es decir, que los medios masivos no se consideran una causa suficiente y necesaria para producir cambios en los receptores -como postulaba la teoría de la aguja hipodérmica-, sino que actúan como agente cooperador junto a otros estímulos.
Las fases que componen los citados procesos
selectivos son las siguientes
Exposición selectiva. Los receptores tienen
intereses y opiniones propios que los llevan a exponerse a aquellas
comunicaciones de masas con las que tienen más afinidad. Por tanto, evitan
inclinarse por informaciones contrarias a su punto de vista.
Empíricamente, en el contexto político algunos autores comprobaron que las campañas eran seguidas con más intensidad por los simpatizantes de cada una de ellas. Schram y Carter (1959) lo demostraron: una emisión de televisión patrocinada por el partido republicano tiene el doble de probabilidades de ser vista por republicanos que por demócratas.
Percepción selectiva. Según Klapper, la
percepción está “parcial o totalmente determinada” por las rutinas de las
personas (lo que perciben habitualmente) o sus expectativas (lo que desean
percibir, o la recompensa que esperan obtener de la percepción); así pues, se
fijan en estímulos relacionados con sus necesidades actuales (Kotler, 2009).
Siguiendo la fase anterior, si un receptor se expone a una información a la que
no es afín, modificará mentalmente su contenido para adaptarlo a su punto de
vista. Es decir, que el receptor interpreta los mensajes de acuerdo a
principios subjetivos para ajustarlos a su posición: en esta fase tiene lugar,
por tanto, una interpretación selectiva.
Para demostrarlo, Allport y Postman (1945) enseñaron a varios sujetos una fotografía que retrataba a un hombre blanco blandiendo una navaja ante otro negro. Al pedirles que describieran la imagen a otras personas, casi todos cambiaban la situación: la navaja estaba en las manos del hombre negro.
Retención selectiva. A largo plazo, se
retiene mejor la información que coincide con las convicciones preestablecidas
del receptor. Levine y Murphy realizaron un experimento para comprobar esta
hipótesis: dieron piezas de información prosoviética y antisoviética a
estudiantes afines a sendas corrientes ideológicas. Transcurridas unas semanas,
el grupo simpatizante con cada una recordaba mejor lo que decía su pieza que lo
que decía la pieza antagónica. Sin embrago, Klapper señala que los resultados
no son conclusivos.
Algunas justificaciones para este fenómeno (Worchel y Cooper, 2000) son que la información afín se codifica más fácilmente en la memoria, porque coincide con los esquemas de valores presentes; o que el cerebro tiende a eliminar información que no le es útil, acumulando, por tanto, más información que le es congruente.
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